
El Peregrino del Petróleo
Calouste Sarkis Gulbenkian llegó a Lisboa como tantos otros exiliados de la guerra: con poco más que sus recuerdos y una fortuna que parecía haber perdido todo significado. Era 1942, y el hombre que había sido conocido en los salones de Londres y París como “Mister Five Percent” —por su legendaria participación del 5% en la Turkish Petroleum Company— se veía reducido a la condición de refugiado en un país neutral, mientras Europa ardía en las llamas del conflicto mundial.
Nacido en 1869 en el Estambul otomano, en el seno de una familia armenia próspera, Gulbenkian había construido su imperio sobre la intuición visionaria de que el petróleo sería la sangre del siglo XX. Sus manos, que nunca se mancharon de crudo, movieron los hilos de un negocio que transformaría para siempre el equilibrio geopolítico mundial. Fue él quien negoció los primeros contratos que abrieron los campos petrolíferos de Mesopotamia, quien tejió la compleja red de intereses internacionales que daría forma a la industria petrolera moderna.
El Coleccionista de Bellezas
Pero si Gulbenkian fue implacable en los negocios, resultó ser un enamorado sublime del arte. Su pasión por la belleza era tan meticulosa como su olfato para los negocios petroleros. En sus mansiones de París y Londres, había reunido una de las colecciones privadas más extraordinarias de su tiempo: desde los óleos melancólicos de Rembrandt hasta las acuarelas etéreas de Turner, desde las cerámicas Ming hasta las alfombras persas que sussurraban historias milenarias.
Cada pieza era elegida con la precisión de un orfebre.
Gulbenkian no compraba por ostentación, sino por una comprensión profunda de que el arte trasciende las fronteras y los conflictos, que la belleza es el único lenguaje verdaderamente universal. Sus salones se convirtieron en refugio de artistas, intelectuales y diplomáticos, espacios donde las conversaciones fluían entre idiomas y culturas con la misma naturalidad con que él navegaba entre Oriente y Occidente.
Lisboa: El Puerto Final
En Lisboa, ciudad de navegantes y descubridores, Gulbenkian encontró algo que había buscado toda su vida sin saberlo: un hogar. Portugal, con su melancolía atlántica y su hospitalidad discreta, le ofreció la paz que nunca había conocido. Aquí, en el Hotel Aviz primero y después en su residencia de la Avenida de Berna, el magnate armenio vivió sus últimos trece años entre sus libros, sus obras de arte y la contemplación del río que le recordaba al Bósforo de su juventud.
No fue casualidad que eligiera Lisboa para que fuera la sede de su fundación. En esta ciudad, donde se habían cruzado durante siglos las rutas del mundo conocido, donde convivían el fado y el flamenco, el azulejo portugués y la cerámica morisca, Gulbenkian vislumbró el lugar perfecto para que su legado floreciera sin fronteras nacionales.
El Testamento de Piedra
La Fundação Calouste Gulbenkian, establecida en 1956 según los deseos testamentarios del magnate, se alzó en Lisboa como una catedral laica dedicada al conocimiento y la belleza. El edificio, inaugurado en 1969, es en sí mismo una obra de arte: líneas modernas que dialogan con jardines de inspiración oriental, espacios que respiran luz y invitan a la contemplación.
Aquí, en las salas que custodian sus tesoros, conviven sin conflicto la Venus de Houdon con las miniaturas persas, los esmaltes de Lalique con las sedas chinas. Es el sueño de un cosmopolita hecho realidad: un espacio donde las culturas se encuentran y se reconocen en su belleza común.
Un Legado Que Trasciende
Pero la fundación trasciende la mera conservación museística. Siguiendo el espíritu de su fundador, se ha convertido en un motor de creatividad contemporánea, apoyando a artistas jóvenes, financiando proyectos educativos, tendiendo puentes entre culturas. Los programas de becas Gulbenkian han llevado la música portuguesa a salas de conciertos internacionales y han traído artistas de todo el mundo a Portugal.
En sus auditorios resuenan sinfonías que Gulbenkian nunca escuchó pero que él hizo posibles. En sus aulas se forman científicos que descubrirán mundos que él nunca imaginó.
Es la más hermosa de las paradojas: un hombre que nunca tuvo patria fija creó una institución que se ha convertido en patria espiritual de miles.
Hoy, casi setenta años después de su muerte, la sombra benéfica de Calouste Gulbenkian se extiende mucho más allá de las colinas de Lisboa. Su fundación sigue siendo una de las instituciones filantrópicas más importantes del mundo, fiel al compromiso de su fundador con el apoyo a la cultura y el conocimiento.
Quizás el verdadero milagro de Gulbenkian no fue transformar el petróleo en oro, sino transformar el oro en belleza, y la belleza en un legado imperecedero. En Lisboa, ciudad de poetas y navegantes, el último refugio de “Mister Five Percent” sigue siendo faro de luz para todos aquellos que creen, como él creyó, que el arte y el conocimiento son los únicos tesoros que multiplican al ser compartidos.
En las tardes de Lisboa, cuando el sol se hunde en el Tajo y los jardines de la fundación se llenan de sombras doradas, aún se puede sentir su presencia: la de un hombre sin patria que encontró en la belleza su única y verdadera nacionalidad.