Te invitamos a conocer Fuerteventura a través de 4 embajadores que promueven la sostenibilidad de una isla declarada Reserva de la Biosfera precisamente por el equilibrio que allí existe entre naturaleza y habitantes.
Amasando bienestar
En la costa oriental del norte majorero se extiende Corralejo, el centro turístico por excelencia de la isla, famoso por sus campos de dunas y una mar cuyas potentes olas atraen a decenas de miles de surferos todos los años. La costa occidental de El Cotillo es aún más salvaje. Y entre ambos litorales destaca Lajares, un pequeño pueblo entre arenas y lavas que el panadero Manolo Trenado ha convertido en la Meca de los disfrutones. Como él dice y tiene como lema, en La Panateca “amasamos bienestar”.
Pocos sitios en España han apostado tanto por lo local, ecológico y sostenible, con panes con masa madre, lentas fermentaciones, productos de una huerta que la mayoría de las veces proceden de la que tiene su padre en el cercano pueblo de Villaverde, aceites AOVE y un café colombiano seleccionado y tostado con mimo en la isla de La Palma cuyo olor se confunde con el de la bollería recién salida del horno o el de esos zumos de frutas tropicales cultivadas con cariño en Canarias.
Un consejo: antes de visitar este paraíso gastronómico se recomienda hacer el sendero del Calderón Hondo. A través de una calzada que se adentra por los campos de lava se asciende al cráter de un volcán desde donde la vista es alucinante. Lanzarote a lo lejos, más cerca la increíble isla de Lobos y a los pies se abre una gran caldera que por suerte para el turista lleva miles de años sin escupir fuego.
Queso 100% femenino
En este viaje hacia el sur en busca de paisajes humanos el paladar nos obliga a detenernos en el pueblecito de Casillas del Ángel. Allí, sobre un reseco altozano que un día fue volcán, sestean indolentes cientos de cabras majoreras, una raza exclusiva descendiente de las que hace 2.000 años trajeron aquí los mahos, los primeros habitantes de la isla. Con su leche se elaboran los extraordinarios quesos de La Montañeta, una delicia con denominación de origen.
El suyo es un mérito femenino. Las cabras las cuida Juan Manuel, pero es su mujer Felipa quien elabora el queso siguiendo la tradición familiar. Y son ahora sus hijas Saray y Elisabeth las que mantienen el legado, aunque añadiéndole el atrevimiento joven de la innovación. A los tradicionales quesos frescos, semicurados y curados al pimentón, gofio o aceite de oliva le han incorporado sabrosas locuras como afinarlos con zumo de tuno indio (chumbera), pimienta, curry, guindilla e incluso chocolate.
Muy cerca de la quesería está el hotel rural de Los Rugama, parada y fonda recomendable. Es una antigua casa señorial restaurada con primor en donde todas las habitaciones tienen ventanas que se abren a la tranquilidad del campo majorero.
Verde aloe, verde AOVE
Hacia la mitad de la isla, entre Puerto del Rosario y Tuineje, se localiza un pueblo que casi no es un pueblo, Tenicosquey, y una finca que es más un hogar que una instalación agrícola. Verde Aurora nació como explotación de tomates, pero hace unos años Luis Mesa y Cloti Méndez cedieron la gestión a sus hijos Luis y Aurora, quienes la han convertido en uno de los proyectos de turismo gastronómico más interesantes de Canarias.
Luis estudió arquitectura en Madrid, pero regresó a su isla porque muy pronto se dio cuenta “de que todo lo que necesitaba lo tenía allí”, reconoce. Por eso apostó por la tierra, por su tierra.
Reconvertida en finca ecológica, está especializada en el cultivo del olivar (arbequina, picual y hojiblanca) y de aloe vera. Con esta última planta de propiedades medicinales elaboran una cosmética de lujo a precios asequibles. Pero no solo venden. Ante todo, te enseñan a valorar su trabajo gracias a catas y visitas guiadas donde el turista descubre los secretos de unos productos que son la mejor expresión del paisaje y la cultura majorera.
Y si el visitante se enamora del lugar tiene suerte, porque en la finca hay varias casas antiguas restauradas donde poder pasar unos días alejados del mundanal ruido. Con el plus de los millones de estrellas de un espacio nocturno declarado Reserva StarLight y la posibilidad de bañarse en el antiguo aljibe que regaba las tomateras.
El desierto florido
Nuestra ruta de norte a sur por la isla de Fuerteventura termina en La Lajita, muy cerca de Jandía. Allí Stephan Scholz se afana por cuidar uno de los tesoros más valiosos, frágiles y desconocidos de Canarias, la flora endémica majorera. A su lado el disfrute es sensorial, el de una botánica amenazada por las cabras cimarronas y el cambio climático (en ese orden) cuyas fragancias son ya sus últimos latidos antes de su desaparición.
Frente a la idea de que la isla es un desierto donde “no hay un árbol y todo está seco”, los ojos expertos de este doctor en biología te descubren un desierto florido que cuelga, literalmente, de los riscos. Ese jardín vertical es producto de la lucha de delicadas plantas que solo en los acantilados más inaccesibles y algo húmedos siguen luchando por la supervivencia.
Stephan es el director del Jardín Botánico del Oasis Wildlife Fuerteventura, de visita obligada para todo amante de la naturaleza. Es, además de un lugar hermoso y muy didáctico, un refugio para especies tan amenazadas que él ha logrado salvar de la extinción como el marmolán canario, del que queda un único ejemplar salvaje en la isla, el mocán (5 ejemplares) o el peralillo espinoso (5 ejemplares), pero también acoge hermosos tajinastes azules de Jandía o las reventonas margaritas de Winter entre otras especies espectaculares.
Después de la visita ya podemos seguir el camino hasta esas playas inmensas de Cofete. O a ese faro del fin del mundo que ilumina el Atlántico desde la Punta de Jandía. Y allí, frente a una puesta de sol inolvidable, reconocer que Fuerteventura es una isla muy especial y sabrosa donde viven personas muy especiales.