lunes. 19.05.2025
Batipuertas protectoras, canales de agua susurrantes, cabinas bibliotecas y otros encantos de Candelario

Al descubierto los tres grandes misterios del pueblo más bonito de Salamanca

Candelario, un pintoresco pueblo en la provincia de Salamanca a los pies de la Sierra del mismo nombre, es conocido por su arquitectura tradicional que sobrevive al paso de los años. Candelario ha sabido mantener casi intacta la arquitectura típica de las casas chacineras de tres plantas donde predominan piedra y madera. La distribución de estas viviendas era bastante práctica y sencilla, con anchos muros de piedra y amplios aleros, y siempre basada en la principal actividad del pueblo, la elaboración de embutidos: la planta baja se usaba precisamente para elaborarlos, en la primera planta vivían los dueños y la tercera planta estaba destinada al secado de los embutidos.

Ese protagonismo de la elaboración de chacinería, que incluso ha permitido crear un museo dedicado a este arte, sigue presente en su principal fiesta que se celebra el 2 de febrero día de la Candelaria, fecha en la que terminaba la labor chacinera, con la típica matanza del cerdo y la probadura de las chichas. Es una fiesta emotiva y vivida intensamente por las gentes del pueblo. Tras la procesión, las mujeres que han sido madres en el último año, se acercan, tras la imagen de la Virgen, a presentar a sus hijos en el templo.

El pueblo presume de sus casas de piedra con tejas del revés y balconadas de madera llenas de geranios, sus características "regaderas" (canales de agua) y "batipuertas" (medias puertas de madera), así como otros elementos que destacan al recorrerlo, como sus simpáticas cabinas de teléfono a la entrada del municipio, que ahora recuperan esplendor siendo restauradas en color azul añil y que se usan como biblioteca gratuita. Pero, ¿qué representan estos tres misterios de uno de los pueblos más bonitos de España?

Las batipuertas son un elemento arquitectónico tradicional y muy característico de las casas de Candelario. Confeccionadas en madera, a menudo con un aspecto rústico y robusto, acorde con la arquitectura tradicional de piedra del pueblo, se repiten en muchas de las casas de Candelario, contribuyendo a la estética única del pueblo, que suma, según un meticuloso inventario, unas 320, la mayoría en el casco histórico.

Existen varias teorías sobre la función original de las batipuertas:

Protección contra el frío y la nieve: Candelario es un pueblo de montaña a más de 1.100 metros de altitud, donde las nevadas son frecuentes en invierno. Las batipuertas podrían haber ayudado a evitar que la nieve entrara directamente en las casas al abrir la puerta, a la vez que retenían el calor interior.

Ventilación segura: Al dejar la parte superior de la puerta abierta, permitían ventilar la vivienda sin necesidad de abrir completamente la puerta, lo que era útil para mantener una temperatura agradable y evitar corrientes de aire directas.

Control de acceso de animales: En un entorno rural donde los animales podían deambular por las calles, las batipuertas dificultaban su entrada a las viviendas, protegiendo así los interiores.

Relacionado con la matanza del cerdo: Candelario tiene una tradición chacinera importante. Se cree que las batipuertas permitían que entrara la luz para trabajar en el interior durante la matanza, a la vez que impedían el acceso de animales atraídos por el olor de la carne y la sangre. En algunas batipuertas incluso se pueden observar anillas de hierro donde se sujetaban los animales durante el proceso.

Elemento de privacidad: Aunque dejaban la parte superior abierta, podían ofrecer cierta privacidad al impedir la visión completa del interior desde la calle.

Regaderas, un hilo musical perpetuo

Las regaderas son un elemento singular y muy característico de la arquitectura urbana de Candelario. Es probable que su origen se deba a que las tareas de matar y socarrar (chamuscar) a los cerdos se realizaban en la calle, y por ello se crearon las regaderas, para facilitar la limpieza de las calles. Una red de canales que discurren a lo largo de muchas de sus calles estrechas y empedradas, y cruzan toda la localidad desde lo alto de la villa hasta su parte más baja. Riego de huertas, arrastre de residuos de la matanza o aprovechamiento del agua, en una época donde el acceso al agua corriente no era generalizado, han sido sus usos principales. Con el tiempo, las regaderas se han convertido en un elemento arquitectónico singular y un símbolo de la identidad de Candelario, atrayendo a turistas y curiosos por su originalidad. Llevan siempre cristalinas aguas procedentes de manantiales y los neveros de la sierra, y su flujo puede ‘programarse’ para limpiar las calzadas en las que se encuentran y las vecinas.

Las regaderas reflejan un estilo de vida de unos habitantes sujetos a las hostilidades del medio y que con imaginación construyeron elementos domésticos y populares que han dado estilo y carácter al pueblo. Esta especial estética y ser uno de los lugares mejor conservados de la provincia, le mereció ser declarado en 1975, Conjunto Histórico-Artístico.

Cabinas de teléfono como bibliotecas

En este pueblo de la provincia de Salamanca, la combinación de madera y color azul se puede encontrar aún en algunos elementos de su arquitectura tradicional, como marcos de ventanas y puertas, balcones y corredores, las ya mencionadas batipuertas, y ahora en parte del mobiliario urbano y elementos decorativos, como las cabinas de teléfono restauradas como bibliocabinas a la entrada del municipio. Candelario aún conserva una veintena de casas que preservan su pasado, en una tendencia que ha ganado peso en los últimos tiempos y que se pretende impulsar al restaurar con ese histórico color el mobiliario urbano. El Ayuntamiento de Candelario añade libros nuevos en la cabinas, fomentando la lectura en nuevos espacios para todas aquellas personas que quieran hacer uso de ellos, tanto vecinos como turistas.

Arriba y abajo

La villa de Candelario se escalona en la ladera de la sierra de su mismo nombre, lo que hace inevitable que su entramado callejero sea complicado, con las calles principales en el sentido de la pendiente y las calles y callejas secundarias transversales a las anteriores. Esta falta de horizontalidad confiere a sus rincones un sabor y una estética especial y, en consecuencia, el paseo por el interior de su casco urbano es cansado, pero siempre relajante y placentero. Dos bellos rincones que no hay olvidar son la plaza del Humilladero y la cuesta de la Romana, la calle empedrada y zigzagueante que sube desde el edificio del Ayuntamiento hasta la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. La panorámica es sublime, con el templo en lo alto dominando la escena, las viviendas tradicionales haciéndole un pasillo y la piedra del pavimento cubierta en algunos puntos por el verde musgo. También hay que recrearse en sus fuentes con agua cristalina que baja desde la sierra, y que reciben nombres tan curiosos como La Hormiga, el Arrabal, las Ánimas o la Corredera. Ese sonido del agua cayendo sobre los pequeños pilones también es uno de los más característicos de Candelario. Un reencuentro con la tradición y el agua más pura.

Aunque solo cuanta con poco más de 800 habitantes –en 1970 eran el doble, un ejemplo más de la España vaciada–, la villa (título que le otorgó el rey Alfonso VIII de Castilla en 1209) ofrece dos bellas iglesias que son sendos iconos: la Ermita del Humilladero o del Cristo del Refugio del siglo XVIII, a la entrada del pueblo, con un imponente crucero en la entrada, una coqueta espadaña y un valioso retablo de madera en su altar, además de la imagen del flagelado, del escultor bejarano González Macías, así como una extraordinaria talla de san Vicente.

La iglesia de Nuestra señora de la Asunción es, sin duda, el edificio más sobresaliente de la villa de Candelario. De grandes proporciones, en ella se mezclan diferentes estilos arquitectónicos como mudéjar, barroco, románico y gótico. La fachada está decorada con un rosetón de complicada tracería gótica y en lado norte destaca una sencilla portada con arquivoltas y las armas de los Zúñiga, duques de Béjar y señores de la villa de Candelario. En la nave central se encuentran el altar mayor, cubierto por un artesonado mudéjar en cuyo retablo hay una alegoría de la Asunción de la Virgen María.

Un alto en el camino

El recorrido por Candelario con sus cuestas interminables es un sano ejercicio, pero requiere un descanso para reponer fuerzas. No hay problema, se está en el lugar ideal, en cualquiera de los bares y restaurantes de la villa se pueden disfrutar sus famosas patatas revolconas, con sus patatas bien cocidas y machacadas, acompañadas de chorizo y panceta, por supuesto sus excelentes embutidos, como el famoso chorizo blanco de Candelario y el jamón de Guijuelo. En los días de frío no hay nada como comer un buen cocido de matanza o un calderillo bejarano. No faltan opciones como el hornazo, la empanada de embutidos y huevo cocido o unas sopas de ajo. Para completar esta experiencia gastronómica se puede elegir entre los productos vinícolas de la tierra, como el vino de los Arribes, el Sierra de Salamanca o el de Tierra del Vino de Zamora, todos ellos con Denominación Origen. Y para los amantes de los dulces, hay que probar las perrunillas de Candelario. Estas galletas crujientes, con un toque de canela y anís, son el acompañamiento perfecto para una taza de café o un vaso de leche caliente.

Más información:

https://www.candelario.es/

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