viernes. 29.03.2024
UN RECORRIDO POR COMARCAS DE TERUEL, CASTELLóN Y TARRAGONA, UNIDAS POR LA MISMA TIERRA

Tres territorios, cientos de sorpresas y experiencias

Cuando cada Comunidad, cada región, cada pueblito se muestra celoso de sí mismo y no quiere compartir sus encantos con nadie más, cuando políticos ridículos exaltan lo que les diferencia de los otros en lugar de valorar lo que les une, cuando, en fin, en los viajes organizados resulta imposible visitar un pueblo, a pocos kilómetros de otro, solo porque está en otra región y “no toca”, se agradecen iniciativas como la que han puesto en marcha tres territorios, tres comarcas de otras tantas provincias, pertenecientes a tres Comunidades Autónomas diferentes para promocionarse conjuntamente. La marca con la que se presentan ya indica sus intenciones: “Tres territorios, una misma tierra”, que une a Matarraña (Teruel), la Terra Alta (Tarragona) y Morella (Castellón).

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Empresarios, promotores turísticos y, lo que parece más difícil, políticos de distinto signo se han puesto de acuerdo para recuperar las alianzas y vínculos históricos entre estas tres zonas. Aunque el eje central del proyecto es la promoción turística, también se están impulsando intercambios de experiencias empresariales. Se trata de potenciar lo que tienen en común: lengua, patrimonio natural, agroalimentario, arquitectónico e histórico. Un territorio no lo marcan las fronteras, ni la división administrativa, sino la gente, y de aquí nace esta alianza. 

Un mínimo recorrido por estos Tres Territorios depara cientos de sorpresas y experiencias. Aquí recogemos diez de ellas, pero pueden ser muchas más:

Tiempo para recordar. La batalla del Ebro (del 25 de julio al 17 de noviembre de 1938) fue un acontecimiento en el que la vida y los ideales de mucha gente fueron trágicamente puestos en juego. La memoria de aquellos hechos ha sido recogida en los distintos ámbitos de la exposición permanente del Centro de Interpretación “115 dies” en Corbera d´Ebre, próximo a los lugares donde se desarrolló la batalla. Este espacio museístico forma parte de un proyecto más amplio, “Espacios de la Batalla del Ebro”, que se creó en las tierras donde tuvo lugar la triste famosa batalla. El objetivo es dar a conocer cómo se vivió en esta zona la Guerra Civil española, tanto por los combatientes como para los civiles que vieron devastadas sus tierras. El nombre del centro hace referencia a los 115 días que duró la funesta batalla del Ebro que costó más de 100.000 bajas. A lo largo de una magnífica exposición se recorre la historia de estos días haciendo énfasis tanto en las estrategias puramente bélicas de ataque y contraataque como en las condiciones de vida dentro de una trinchera. Aunque sorprende un tanto que esta iniciativa se haya tomado en los primeros años del siglo XXI (el centro se inauguró en 2005) más de 75 años después de la batalla, la idea se justifica, probablemente, con la célebre frase de George Santayana: “Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”.

Un pueblo destruido... y olvidado. Durante mucho tiempo Corbera d'Ebre era un tranquilo pueblo agrícola en lo alto de la Muntera, como muchos de la comarca, con los ajetreos propios del trabajo del campo, las tertulias de vecinos en las calles, las amas de casa que van y vienen de la fuente, del mercado, de los lavaderos, la algarabía de los niños jugando... Pero en julio de 1938 las cosas cambiaron para siempre. La guerra llevaba dos años castigando España, pero en esa fecha las aguas del cercano Ebro se tiñeron de sangre. La denominada batalla del Ebro situó el frente muy cerca del pueblo. Las paredes de las casas fueron perforadas por las balas y la metralla. Prácticamente todo el pueblo fue destruido por las bombas. Y así sigue. En parte como triste recuerdo del desastre, como en Belchite (Zaragoza) o El Membrillo Bajo (Huelva), y en parte por cierta desidia de autoridades y vecinos que han preferido irse a otra parte. Ahora la loma de la Muntera sólo acoge las ruinas cada vez más degradadas del antiguo pueblo, entre las que destaca poderosa la vieja iglesia de Sant Pere, que en su día fue un gran edificio barroco de finales del siglo XVIII. El conjunto fue declarado Bien de Interés Cultural, como Lugar Histórico, por la Generalitat de Catalunya. También es un monumento a la Paz y lugar de obligada visita para quien desee conocer los desastres de la guerra. Ahora la Associació del Poble Vell, organismo impulsado por un grupo de vecinos con el apoyo del Ayuntamiento, reclama una intervención urgente de las administraciones públicas.

Una bodega donde el protagonista no es el vino. Tal vez sea exagerada la afirmación, porque los caldos que se consiguen en la Bodega Cooperativa de Gandesa son excelentes, pero lo que más llama la atención al visitante es el propio edificio modernista, obra del arquitecto Cèsar Martinell i Brunet, discípulo de Gaudí. Acabado en 1920, está considerado como una de las Catedrales del Vino, siendo declarado Bien Cultural de Interés Nacional por la Generalitat de Cataluña, y una de las Siete Maravillas de Cataluña en 2007. Llama la atención la estructura del tejado, que incluye bóvedas típicas de Cataluña, de gran ligereza y resistencia, con materiales cerámicos de pequeñas dimensiones, que se colocan entrelazados hasta completar la construcción de la bóveda. El ladrillo visto, la piedra, el enfoscado y la cerámica se conjugan para conseguir una estética característica y unas formas impactantes. Grandes arcadas de inspiración clásica, mucha luz en los interiores y todos los detalles tecnológicos de la época aplicados a la elaboración de vinos, son el resto de elementos que caracterizan a esta bodega y otros templos vinícolas diseminados por toda Cataluña. Después de casi un siglo haciendo vinos con todo tipo de uvas –garnachas blanca y negra, macabeo, tempranillo, Samso, Cabernet Sauvingon, moscatel, viogne, entre otras– Gandesa también elabora vino Rancio y Mistela de las Garnachas –variedad muy arraigada– en la DO Terra Alta, aunque con una producción limitada.

Encuentro con Picasso en Horta de Sant Joan. En Horta de Sant Joan uno espera disfrutar de un pueblo señorial con bellos ambientes, como su plaza porticada, sus edificios renacentistas y sus iglesias góticas. También gozar de su espectacular entorno con su macizo montañoso, su curiosa vía verde llena de túneles y viaductos y su Parque Natural de Els Ports donde practicar todo tipo de deportes. Pero lo que no se espera, salvo los muy informados, es hallar al mismísimo Picasso que vivió dos temporadas aquí y produjo algunas pinturas de juventud y parte de su prolífica etapa cubista. Hoy sus obras están en los museos de Barcelona, Nueva York, Moscú, Sao Paulo, París, Frankfurt. Pero aquí se quedó una de sus frases definitivas que el pueblo exhibe como un slogan: “Todo lo que sé lo he aprendido en Horta”. El Centro Picasso de Horta, instalado en un edificio renacentista de tres plantas, quiere ser un homenaje permanente a Picasso y pretende reunir la reproducción, lo más fiel posible, de todas las obras que el artista creó en Horta y con las que inmortalizó este pueblo. 

Seguir los caminos del tren en bici. Un proyecto fracasado ha dado lugar a uno de los itinerarios más atractivos de esta región. Un recorrido ferroviario singular que pretendía unir La Puebla de Híjar (Teruel) con San Carlos de la Rápita iniciado en 1891, que quedó inacabado y truncado por la Guerra Civil y por diferentes derrumbes ha permitido la creación de una Vía Verde con un recorrido total de 100 km. El Sarmentero, nombre popular con el que se conocía este tren, sólo funcionó durante 31 años, pero dejó como testigos un gran número de túneles, poco o nada iluminados, y viaductos que hacen de este recorrido un placentero paseo en bicicleta o a pie, habilitado para ciegos y minusválidos. La ruta discurre por paisajes de gran belleza y es posible llegar hasta el Santuario de la Fontcalda, antiguo lugar de retiro espiritual, remojarse en el frío río Canaleta o en el lago El Parrisal o disfrutar de las aguas templadas de la fuente natural. Todo el recorrido es apto para novatos ya que es prácticamente llano, en un entorno natural de gran valor y rodeado de las historias del antiguo tren que circulaba por aquellas vías ahora llenas de vida.

Un lugar para olvidarse del mundo. Lejos del mundanal ruido, al final de una pista forestal de 5,5 km, el hotel La Torre del Visco es el lugar ideal para recargar fuerzas en un entorno rural y silvestre. Su categoría y estilo lo han hecho acreedor a la distinción de la marca Relais & Châteaux en España. Aquí se puede sentir la poderosa atracción de un valle que aún no ha sido alterado por el hombre y la vida moderna. La masía, con su torre construida en 1449, está rodeada por románticos jardines de rosales y olivos y se alza en medio de una finca de 89 hectáreas delimitada por el río Tastavins y el macizo montañoso de los Ports de Beseit. En la propiedad, de cultivo totalmente ecológico, producen sus propias frutas, verduras y aceite de oliva para surtir al restaurante. En los seductores espacios interiores de sus laberínticos edificios, uno puede sumergirse en una novela junto al fuego, jugar al ajedrez, probar alguno de los excelentes vinos de la bodega, o reunirse con los chefs en la cocina. Los amantes de la música tienen un piano de cola a su disposición. Sus once espaciosas habitaciones mantienen este estilo único y personal. Un moderno utensilio que no posee, sin embargo, es la televisión, ni falta que hace. La Torre del Visco es un lugar para disfrutar de paz absoluta, buena comida, así como del estupendo vino de su impresionante bodega.

Escenario de cine sin decorado. El casco antiguo de La Fresneda, declarado Conjunto Histórico Artístico, ha sido un cómodo escenario, ya que no ha habido que tocar nada, para diversas películas, la más conocida “Libertarias” de Vicente Aranda, con Ana Belén, Victoria Abril y Ariadna Gil, entre otras. Su Plaza Mayor es uno de los conjuntos arquitectónicos más armoniosos y bellos de todo Aragón, destaca el Ayuntamiento concluido en 1.576 de estilo gótico-renacentista, con amplia lonja y sus edificaciones de los siglos XVI a XVIII y sus curiosas mazmorras y la cárcel de lujo. El Palacio de la Encomienda, el antiguo Convento de los Frailes Mínimos, la Iglesia de Santa María la Mayor y el Castillo calatravo son algunas de las etapas imprescindibles del recorrido y, para retomar fuerzas, el restaurante Matarraña, por ejemplo, donde disfrutar de las contundentes judías con chorizo, cocido de garbanzos, parrillada de hortalizas, canelones caseros o los estofados de ciervo y jabalí, escabechados de codorniz, conejo o perdiz, pollo de corral con setas, chipirones y bacalao estilo Matarraña. 

Paz conventual en un hotel encantador. Si los Padres Mínimos que vivieron en su frío convento en el siglo XVII vieran en qué se ha convertido su antigua iglesia, no saldrían de su asombro... pero tampoco querrían salir de lo que hoy es el Hotel El Convent, un encantador alojamiento gestionado por tres hermanas que también son sus propietarias, que a finales de los años 90 decidieron convertir lo que entonces era su casa familiar en un hotel con veinte habitaciones, un entorno exclusivo sin perder la esencia de ser un establecimiento familiar que desea transmitir a sus huéspedes los valores y encantos de su tierra. Dispone además de diversos espacios comunes con chimeneas y libros, lobby-bar, jardines, piscina de verano y un elegante restaurante con una cuidada cocina frente a un bonito patio con fuente. Un espacio atrevido, acristalado de arriba abajo, que permite ver lo que fue la nave central de la iglesia y al mismo tiempo evocar una pequeña plaza de pueblo. Las plantas y el murmullo del agua ponen la magia a este espacio rememorando un patio árabe.

Morella, a la sombra de historias y leyendas. Torres que han visto pasar la historia, que vieron como el Rey Jaume I entró en la ciudad comenzando la Reconquista. El castillo de Morella, que domina un océano de montañas, ha sido una las fortalezas más imponentes del Mediterráneo. El paso de numerosas civilizaciones, prehistóricas, íberos, romanos, musulmanes, cristianos... han dejado su huella en esta impresionante construcción habitada ininterrumpidamente desde el III Milenio antes de Cristo. Cada piedra encierra historias, leyendas, alianzas y conflictos. La subida al castillo se hace dura pero desde ahí arriba se puede volar por el cielo de Morella, cadenas montañosas se extienden ante el viajero y el descenso visual, panorámico, de las casas morellanas a los pies del castillo parecerá un enjambre de tejados rojizos. Y antes, como aperitivo, la Iglesia arciprestal Santa María la Mayor, uno de los templos más bellos del Mediterráneo. Pero Morella es un pueblo para recorrerlo sin prisas, descubriendo sus calles porticadas, hermosos palacios y casas solariegas como la Casa Piquer (siglo XVI), la Casa del Consejo y los Estudios (S.XVI), la Casa de la Cofradía de "LLauradors" (siglo XVII) o Casa Rovira, donde cuenta la tradición que San Vicente Ferrer obró el milagro de resucitar a un niño. 

Y de postre... un “flaó”. Al final de este mínimo recorrido hay que sentarse a la mesa y disfrutar la gastronomía de la región. Estamos en Morella, pero en cada una de las tres comarcas, de los tres territorios, hay algo similar. Aquí se concluye una buena comida con un “flaó”, señal de identidad en Morella y el rey de las pastelerías. Es un dulce celestial. Su origen es muy antiguo, árabe, medieval, mediterráneo. Es una pasta rellena de requesón y almendras. Aunque también se podría haber elegido la cuajada de leche de oveja con miel, la calabaza confitada, los pastissets de boniato y calabaza, las piñonadas y carquinyols o el “panoli” a base de aguardiente, aceite y azúcar.... Pero antes del postre está todo lo demás: embutidos con la cecina como protagonista, quesos de "servilleta", curados al romero, al vino o trufados, carnes de ternera, de cordero, de cerdo, de caza como el jabalí, y las aves como gallina, codornices o la perdiz, la olla o potaje, ollas masoveras, calderetas, y la sopa morellana, con buñuelos, la sopa de flan, de menudillos, de nueces o de tostones fritos con jamón...

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