
Cinco hombres a bordo. Troncos, cuerdas y una vela triangular. Y una hipótesis que se abría camino sobre las olas: que hace más de tres mil años, africanos pudieron cruzar el océano guiados por las corrientes naturales que nacen junto a Canarias. Las pruebas no estaban en los mapas coloniales, sino en las huellas de piedra.
Las cabezas colosales y un encuentro en el tiempo
Fue en México donde todo comenzó a alinearse. Alfredo Barragán, líder de la expedición, visitó las pirámides de Teotihuacán y observó las cabezas olmecas: esculturas monumentales con rasgos africanos, tan antiguas como el misterio. Allí, en tierra azteca, nació la intuición. Pero hacía falta una ruta, un lugar de partida, un puerto con historia… y con apoyo.
En ese mismo viaje, Barragán conoció a Melchor Alonso, presidente del Centro de Iniciativas y Turismo (CIT) de Santa Cruz de Tenerife. El encuentro no fue casual: fue destino. Alonso, visionario y comprometido con la cultura, entendió al instante la profundidad del proyecto. No era una travesía romántica. Era una expedición científica, antropológica y simbólica.
Aquel encuentro selló el rumbo: la Atlantis partiría desde Tenerife, y el CIT sería su aliado.
Tenerife: más que un puerto, un punto de inflexión
Tenerife era perfecta. Geográficamente, por su posición estratégica en la ruta atlántica. Históricamente, por ser puente entre continentes. Culturalmente, por el espíritu abierto de su gente. Y gracias al CIT, la isla se convirtió en el verdadero puerto madre de la expedición.
El CIT gestionó permisos, habilitó espacios, convocó a los medios y convirtió la locura de cinco navegantes en un acontecimiento insular. En el puerto, la balsa fue reensamblada a mano, con cuerdas vegetales y maderas resistentes. La ciudad miraba con asombro. Y el CIT, con orgullo silencioso, sostenía la quilla invisible de la historia.
El océano como argumento
Durante 52 días, la Atlantis navegó con el alma y la razón. Las olas no sabían de historia oficial, pero la balsa sí sabía de resistencia. Y el 12 de julio de 1984, al llegar a La Guaira, en Venezuela, la expedición no gritó victoria, sino posibilidad:
“No vinimos a decir que fueron. Vinimos a demostrar que pudieron haber sido”, dijo Barragán.
Las cabezas colosales, las corrientes marinas, la construcción milenaria, todo coincidía. Y Tenerife fue la plataforma desde donde esa idea se elevó sobre las aguas.
Un monumento al valor compartido
En 2009, en el 25º aniversario, el CIT promovió un monumento conmemorativo en el puerto de Santa Cruz, donde una escultura recuerda que un día, una balsa partió hacia el pasado… para redibujar el mapa del futuro.