viernes. 26.04.2024

Marrakech. Un lugar para la fantasía (no en balde, FIJET la eligió para celebrar en ella su 60ª congreso anual)

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Francisco Gavilán

Aún es posible recrear la aventura y el placer de aquellas viejas historias que cautivaron nuestra imaginación. Marruecos es un país que nos espera para brindarnos todo lo que nuestra fantasía sueña. Y, entre sus distintas ciudades imperiales, Marrakech aporta un esplendor de fábula…Las fotografías sirven de poco. Ninguna instantánea podría atrapar su movimiento. Ni tampoco una serie de palabras ordenadas para dar un significado  podría describir la belleza de Marrakech. Los misteriosos encantos de su naturaleza, e, incluso, los creados por el hombre, no pueden ser “capturados” en su plena esencia, para transmitirlos a quien no es testigo directo de los secretos que desvela. No es que la literatura oriental no haya sido capaz de dar una idea apasionada y aproximada de su fascinante mundo, pero cada viajero tiene su visión.

Magia de la plaza Jemaa el Fna

Aún así, permitan a este observador fugaz una serie de impresiones. Pocos momentos pueden estremecer tanto como introducirse en el corazón de la medina de Marrakech y dejarse arrastrar por el laberinto de callejuelas en torno a la famosa y animada plaza de Jemaa el Fna. Sin duda, el alma de esta ciudad. En ella converge todo. Escuchar el bullicio creado por los vendedores que ofrecen su mercancía, los ensoñadores relatos de los cuentacuentos, los aguadores, o los sonidos sensuales robados por los músicos de rudimentarios, aunque mágicos, instrumentos. Oler la fragancia de rosas, de eucaliptus, de incienso, de menta, de cuero, de carne asada o de especias olorosas que impregnan permanentemente sus calles. Y los aromas conservados en recipientes de cristal de cualquier herboristería y cuyos componentes mágicos prometen mitigar los males del cuerpo. ¡Jemaa el Fna se convierte todos los días en un espectáculo!

Explosión de vida

Por otra parte, fascina observar la explosión de colorido que conforma el tono rojizo de sus edificios en contraste con la djellabay el kaftan, las vestimentas multicolores autóctonas, junto al brillo de los metales (oro, cobre y plata), o los colores de los puestos de frutas. Tonalidades llenas de vida a las que es imposible resistirse. Seguir el ir y venir de sus gentes. La actividad continua que se forma alrededor de los encantadores de serpientes, los saltimbanquis, o los vistosos porteadores de agua. Tocar la textura de sus telas, alfombras, cueros y metales. Sentir la calidez  y hospitalidad de sus gentes, y, sobre todo, la belleza y simpatía de unos niños de vivos ojos. Recrearse en sus espectaculares jardines. Como el de Majorelle, donde Yves  Saint Laurent se inspiraba, y junto al que vivía el famoso modisto y en  cuyo entorno se ubica ahora el museo del genial diseñador.  El jardín  de Anima, de André Heller, a las afueras de la ciudad, es otro insólito paraíso verde que interactúa con obras de Picasso o Keith Haring.

Sin olvidarnos de degustar, por último, la cocina marroquí, considerada como una de las más ricas y variadas del mundo árabe y que se distingue por la imaginación a la hora de combinar sabores y condimentar con infinidad de especias. Marrakech, una ciudad a las puertas del desierto y al pie de la cadena montañosa del Atlas, es un verdadero oasis donde es posible experimentar el deleite de todos los sentidos.

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