El niño Jesús nació en Taganana

“… y Jesús nació en Taganana”

Cuando inicie mi Bachiller en Instituto de la ciudad decana del turismo, el Puerto de la Cruz. Allí conocí al que fuese director, alcalde, catedrático de Literatura,  compañero y con el tiempo un gran amigo: Marcos Brito. Pronto, capto mis cualidades literarias y me recomendó, para publicar mis cuentos en el periódico decano en Canarias, Diario de Avisos y en la revista Local de la ciudad que editaba el ayuntamiento. Seguidamente ganaba el premio de Literatura de la Caja de Ahorros, con este cuento que se publicó en diciembre de 1984.

No hace demasiado tiempo, solamente unos 20 siglos. Nació en Jerusalén (“eso dicen las sagradas escrituras”), un niño llamado Jesús. Pero lo que no dicen, y no es por mentir, que ese no es el propósito; que ese no fue lugar de su nacimiento.

Esto siempre fue un gran secreto y solo lo han sabido muy pocas personas. Papas, algunos cardenales, arzobispos e influyentes eclesiásticos.

El verdadero sitio de su nacimiento fue, aunque no lo crean “Taganana”. ¡Sí, lo han oído bien¡  Taganana un bello paraje de una isla de volcanes en Tenerife.

Después de su nacimiento, se desplazaron a Jerusalén en una barcaza, ya que existía una corriente de vientos que los llevo desde Teno hasta el Mediterráneo. Revelación que hizo Dios a San José.

Pero lo que vamos a revelar son las desventuras que tuvieron que pasar la Virgen María y San José antes de que naciera “el Hijo de Dios”.

Todo ocurrió como en un cuento…

San José y la Virgen María iban buscando posada en Belén, ya que el niño estaba a punto de nacer, pero nadie les acogía; siquiera en casas particulares, ni en una cuadra. Dios, viendo tal panorama, mando a uno de sus Ángeles predilectos; San Bartolomé, y le dio el mensaje de que condujera a la Virgen y San José, junto con la mula en la que iba la Virgen, a una población que su terminación fuese ANA (“haciendo referencia a Santa Ana”) San Bartolomé era un poco despistado, con unas grandes gafas semi caídas y sus largas barbas de casi metro y medio.

Y pensó que la mejor solución al problema sería tararear una nana, por si se le ocurría algo. Y empezó a cantar:

Tergara, Tagera, Tagana, Tagaraaaaa…

San Bartolomé se pasó unas horas tarareando y viendo que no le salía el nombre de ese paraje que había dicho el Padre Dios, y que en cualquier momento iba a nacer el “Niño Jesús”.

Mientas tanto la Virgen y San José pasaban frío y hambre en las gélidas calles de Belén, esperando que se le ocurriera algo a San Bartolomé.

San Bartolomé preocupado y ocupado, dijo: Ya está, será “Taganai”.

Pero creyó que no sonaba muy bien y ese no era nombre digno de que nadie naciera en ese enclave y menos el Niño Jesús. San Bartolomé medio enfadado, dijo dándose duramente con la cabeza en la pared:

  • Na na¡¡¡
  • Ya está “Taganai” no, “Taganana”; si es estupendo el nombre y tiene “Ana” dos veces, así Dios estará más contento conmigo. Ahora lo que hace falta es encontrar donde está ese lugar.

San Bartolo sacó un manual turístico de uno de sus bolsillos y abriéndolo milagrosamente apareció “Taganana” en la isla canaria de Tenerife. Donde los romanos iban tan a menudo de Luna de Miel y pasaban sus vacaciones.

Dijo sonriente y alegre con gesto de ángel:

  • No está nada mal. Ahora mismo efectuaré un milagrito de nada y nadie se enterará de que será aquí. Después del nacimiento, los traeré de nuevo a Belén en menos que canto un gallo.

Pero antes de llevarlos allí, colgaré un par de estrellas luminosas y pondré algunos carteles que indiquen que en Belén va a nacer “el Niño Jesús”.

San José, medio muerto de frio, ya que había cedido su ropa de abrigo a la Virgen, se estaba acordando de algunos familiares de San Bartolomé, pero con buenas intenciones…

En esto salió como por arte de magia San Bartolomé y dijo:

  • Subid a estas nubes, que nos vamos unas horas de vacaciones a la isla de la alegría y el amor.

A San José tiritando no le salían ni las palabras, y soló hizo caso, por no dejar caer, sin querer una mano sobre San Bartolomé.

En cuestión de minutos estaban sobrevolando el grandioso Teide, el monumento que ha visto nacer y morir a miles de generaciones de seres humanos. San Bartolo, guiando la nube, mandó dar un par de vueltas por la espectacular isla de volcanes y verdes valles.

Los Guanches al ver pasar un burro y tres personas volando, se quedaron boquiabiertos y decían:

  • ¡Ese es nuestro Dios¡

A su paso se arrodillaban en la tierra con la cabeza mirando al cielo.

Después de sobrevolar el Puerto de la Cruz, porque a San Bartolo le despertaba la curiosidad de ver una ciudad turística. Por cierto, que por esas fechas había una gran afluencia de turistas. Seguidamente saliendo del valle de La Orotava, y pasando por Bajamar, se dirigieron hasta “Taganana” un paradero escondido entre las montañas y los alisios, con grandes barrancos de difíciles accesos. Las gentes asombradas seguían con sus miradas a la nube, muchas madres con sus hijos en los brazos, los campesinos con la azada a la espalda y los pastores con sus rebaños de cabras, ovejas y vacas. Los perros corrían detrás de la milagrosa nube.

San José contento le cantaba hermosas canciones a la Virgen y San Bartolo le acompañaba a la guitarra, al mismo tiempo que desde tierra la gente cantaba en un coro de voces terrenales.

En un momento la nube empezó a descender y se colocó en la plaza del pueblo. Las gentes acudían con ofrendas. Era un día de fiesta, todos alegremente cantaban y hasta en la cara de los pobres (que eran casi todos) reinaba la felicidad del Amor. San Bartolomé iba separando a la gente para que dejasen paso a la Virgen y a San José; ya que el pobre había pasado mucho frío, pero en Taganana había una temperatura ideal. Mientras que afuera era todo fiesta y paz, entre cánticos de alegría, con muchas sonrisas, felicidad y amistad de este gran pueblo canario hacia “el Hijo de Dios”.

No paraba de entrar gente en la cabaña con papas arrugadas, con conejo en salmorejo, con gofio amasado. Y por fin el niño Jesús nació. Radiaba alegría y luz, arropado entre pieles de cabra, junto a sus padres, María y José. Las gentes se quedaban alucinadas de ver al Hijo de Dios que nos iba a salvar del pecado.

Pero cuando todo estaba en un momento de apogeo y felicidad y felicidad y felicidad…

Dijo San Bartolomé apenado por dejar este grandioso pueblo:

  • Atención pueblo guanche, dentro de unos momentos nos vamos a tener que ir. Ya que donde tenemos que estar es en Belén. Espero que guardéis esto en el máximo secreto. Podéis ir cargando la nube con todas las ofrendas que habéis hecho al “Niño Jesús”.

Todos con un poco de pena por la marcha; pero con mucha alegría por haber sido Taganana el lugar del nacimiento. Sonrientes cantaban y cantaban al compás de los llantos del niño, llantos de felicidad; ya que como es natural es un recién nacido, y no hablaba aún.

Salió María con el niño en los brazos desde la cabaña y se subió en la nueve. (Esa cabaña siempre ha sido sagrada y estaba donde ahora está construida la iglesia de Taganana).

San José medio entonadillo con el vino de Taganana se despidió. Llevándose unas botellitas del buen caldo.

Dios, desde el cielo, estaba y está contento de este pueblo, y sonríe de tanta alegría y felicidad.

Inmediatamente, la nube empezó a subir lentamente, mientras se oían cánticos de alegría y… ¡Vivas¡

En un momento desapareció en las alturas del cielo y allá en lo alto se oyó una voz:

  • Se nota que sois, hijos míos.

Bueno y todo lo demás ya lo sabéis, volvieron a Belén a un establo…

De San Bartolomé nunca más se supo, pero cuentan que se fue a vivir a Taganana como Ángel de ese pueblo. Y dicen que cada “25 de diciembre” se personifica y da una vuelta por sus calles como hizo hace 20 siglos.

 

Miguel Ángel González Suárez

Diciembre de 1984