viernes. 29.03.2024

INDIOS DE LA COSTA NOROESTE AMERICANA: ECOLOGISTAS NATURALES

En pleno siglo XXI se hace cada vez más urgente la necesidad de concienciar a todos los habitantes del planeta para que se tomen medidas en torno a la preservación del medio ambiente. Son ya evidentes las pérdidas de la biodiversidad y los efectos adversos del cambio climático. Se reduce la población de algunas especies animales, heridas por la caza, la pesca indiscriminada y la disminución de condiciones de habitabilidad de su hábitat natural. Los bosques agotan sus reservas y la contaminación del aire, agua y tierra amenazan con influir de manera negativa en el modo de vida del ser humano.

La batalla entre desarrollo y preservación medioambiental se planteó a finales del siglo XIX, y su preocupación se extendió durante todo el siglo XX.

Los indios de la costa NO del Pacífico en los siglos XVIII y XIX

Todas estas consideraciones, estudios, debates y discusiones son relativamente nuevas para nuestra sociedad occidental, pero para los indios de la costa del Pacifico NO americano la preservación medioambiental no se planteaba como tema discutible ni opinable, ni como una preocupación externa a su vida cotidiana. Sencillamente, vivían inmersos en el medio ambiente, a cuyo entorno pertenecían de manera natural perfectamente integrados en el hábitat que era su vida.

La zona aludida se concreta en los actuales estados de Washington y Oregón en USA y de Columbia Británica en Canadá.

Allí vivían diversas tribus con distinta población y distribuidas en territorio de diferente tamaño, subdivididas en varios grupos o bandas, que tenían en común un estilo de vida basado en la hermandad con el medio, al que amaban y respetaban, y de cuyos abundantes frutos se aprovechaban, ya que el terreno era pródigo en caza, pesca (marítima y fluvial) y bosques repletos de todo lo necesario para autoabastecerse y construir sus viviendas y utillajes.

Muchos historiadores y estudiosos coinciden en clasificar a estos indios como los “ecologistas naturales” o los “aborígenes conservadores por la peculiar actitud de estos indígenas hacia la tierra que compartían con otros seres vivos. .

La compenetración con el medio ambiente se percibe sobre todo en dos aspectos importantes de las vidas de estos clanes. Uno tiene que ver con la supervivencia material (aunque ligada también al espíritu): la pesca del salmón y todo el significado que ello conlleva. El otro aspecto es puramente pneumático: el poder de los espíritus.

La pesca del salmón

El retorno del salmón es uno de los fenómenos más hermosos de la vida en el pacífico NO de América.

Hay cinco especies distintas y todas ellas siguen idéntica ruta. Los jóvenes salmones emprenden su camino río abajo hacia el agua salada hasta que, reclamados por una llamada misteriosa –creían los indios-, inician el retorno río arriba luchando contra los rápidos y las corrientes y remontando pequeñas cataratas hasta llegar –los que no son capturados por el camino- a su pequeño río tributario donde nacieron. Allí se reproducen y luego mueren.

El ciclo vital del salmón en esta parte del mundo continúa siendo un misterio para los investigadores de hoy día, como lo fue para los indígenas que vivían entonces. Algunas teorías apuntan que el salmón encuentra su camino de retorno desde el mar usando el sol y ajustándose a sus posiciones a lo largo del día; su instinto les llevaría al agua dulce y una vez allí recuerdan formas e inician de manera natural movimientos río arriba guiándose especialmente por un delicado sentido del olfato, que les dirige hacia su lugar de nacimiento.

Estas teorías suscitan muchas dudas y cuestiones sin descifrar. Los indígenas de la zona, con su antropomórfica concepción de que todos los seres vivos eran seres humanos que tomaban diferentes formas según las circunstancias, creían que el salmón retornaba para beneficiar al hombre, suministrando sustento a la tribu. El hombre-salmón vivía en cuevas submarinas esperando la estación propicia para vestirse con su traje de salmón e iniciar la ceremonia de su sacrificio remontando los ríos. El indígena, conocedor de esto, cumplía escrupulosamente su parte en el equilibrio de la naturaleza para no perjudicar al hombre-salmón, así que, cuando comían el pescado tiraban las espinas al agua para que se produjera la reencarnación al completo. Si caían en tierra algunas espinas, el hombre-salmón se reencarnaba cojo o manco, o sin otro miembro.

El poder de los espíritus

Casi todas las acciones de la vida de los pobladores de esta zona estaban conectadas con el poder de los espíritus: los hombres-salmón, los espíritus de los cedros y de otras

especies de los bosques (a los que había que pedir permiso para derribarlas), los espíritus de algunas piedras o rocas (que no se podían mover sin el permiso de su “poseedor”), etc.

El catalizador de toda esta corriente espiritual era el hombre-medicina de la tribu, el shaman, gran conocedor de las plantas medicinales de su entorno, que aplicaba en forma de cocimientos, cataplasmas, bálsamos y jarabes, acompañándose  siempre de canciones monocordes en las que se reclamaba la ayuda de los espíritus.

Cuando alguien caía herido o enfermo, se acudía al shamán, al que se tenía mucho respeto y era tenida su figura en gran prestigio (aunque inferior al del jefe). Creían que las enfermedades podían ser producto de la enemistad de algún espíritu y que éste había inoculado el mal, así que lo primero  que había que hacer era tratar de sacar del cuerpo del enfermo esos pequeños objetos semianimados, o neutralizar el hechizo o el mal de ojo.

. Hay que señalar que muchos de estos hombres-medicina padecían epilepsia, lo que les confería una “ventaja” a la hora de atemorizar y convencer a sus vecinos de sus poderes ultramundanos. (8) Los que no tenían epilepsia se provocaban ataques similares usando plantas alucinógenas.

Así pues, el medio ambiente y su íntima conexión con los pobladores de la costa NO queda patente no solo en su modo de vida cotidiano, sino también en el tratamiento espiritual y trascendental, por lo que han sido considerados como ecologistas naturales.

Llegada de los europeos

La llegada de los europeos a las  lejanas costas del NO supuso para los habitantes de estas latitudes una serie de conmociones en cadena que pasaron, sin duda, las fases de: sorpresa, curiosidad, colaboración, recelo ante las crecientes exigencias de los europeos, temor ante las frecuentes agresiones ante un modo de vida, protesta ante la paulatina devastación ecológica del entorno, oposición ante las imposiciones de nuevas culturas, confrontación y, finalmente, sometimiento y adaptación forzosa ante lo inminente.

Sin embargo, “los europeos” no eran un solo pueblo con idénticas leyes y actitudes, sino que eran varias naciones que, aunque compartían la misma filosofía occidental de la vida, tenían sus peculiaridades, y sus propias leyes y modos de vida diferentes (e incluso enfrentados entre sí.

Atrás quedaban los siglos XVI y XVII con su componente de aventura y conquista. El siglo XVIII era el Siglo de las Luces. Las naciones europeas competían en el plano político y en los avances científicos y tecnológicos. Esa competición en la vieja Europa la trasladaban allende de los mares, confrontando poderío y afán de conocimientos.

Hacía ya muchos años que los rusos comerciaban con los nativos, habiendo establecido sus factorías a lo largo de las costas septentrionales. Los españoles, ahítos de la aventura americana, extienden su fiebre exploradora hacia el norte, tanto por tierra como por mar. Los ingleses y franceses no quieren perder terreno en un área que se perfila de gran riqueza. Norteamérica, recién estrenada su independencia, no puede faltar a la cita de  “los grandes” en un territorio que considera más “suyo” que de las otras potencias. Comienza así la gran función en la que serán actores principales los europeos de una manera volitiva y consciente, y los indios habitantes de estas tierras de manera involuntaria e inconsciente.

Y así llegamos al siglo XIX, cuando surge la relevante figura del Jefe Seattle.

El Jefe Seattle, figura emblemática en la defensa del medio ambiente

La figura del Jefe Seattle, el discurso pronunciado ante el Gobernador Isaac Stevens, Comisario de Asuntos Indios en el Estado de Washington y, sobre todo, la Carta al Gran Padre Blanco de Washington convirtieron a este indígena jefe de los suquamish y de los duwamish en el gran símbolo del movimiento ecologista que se desarrolló en la década de 1970. Todos aquellos que se definen defensores del medio ambiente veneran la memoria del jefe cuya actividad, valentía y profunda comunión con  el medio revelan la enorme preocupación que él y sus contemporáneos sentían por la degradación que estaba sufriendo la zona merced a la acción devastadora del hombre blanco.

La carta del Jefe Seattle

Éste es uno de los documentos más apreciados por los ecologistas. En 1854 el presidente de los EE.UU Franklin Pierce envió una oferta al jefe Seattle para comprarle los territorios ocupados por las diferentes tribus agrupadas bajo el mandato del jefe. A cambio le ofrecía la creación de una gran reserva para él y para su gente. En 1855 el jefe de los swanish responde mediante una larga carta al “Gran Padre Blanco de Washington”. Esta carta, difundida a través de Naciones Unidas, publicada por el PNUMA (Programa de ONU para el medio ambiente), y reconocida por el Consejo de Europa para su difusión internacional, es la declaración más profunda y bella que se ha hecho sobre el medio ambiente.

 

l.

Está escrita, en plena madurez, por un hombre que había pasado de la confrontación y la lucha al diálogo, a la pacificación y al consenso. Sabía que luchar contra el hombre blanco era inútil, que peligraban sus tierras, y que la reivindicación de las mismas no podía hacerse por el camino de la guerra o de la oposición. La actitud conciliadora que manifiesta en esta carta como tendedor de un puente hacia la amistad y el entendimiento era muy meritoria y difícil en un tiempo en el que percibía que el modo de vida de su pueblo sucumbía irremediablemente. La última baza que le quedaba por jugar era la de convencer al Presidente Pierce –al “Gran Padre Blanco”- de que, si les dejaban en sus territorios, ellos los cuidarían y los defenderían no solo por el bien de su propio pueblo sino también en beneficio del hombre blanco, que no sabía cómo cuidar el entorno y, según utilizaban sus inventos y tecnologías, pronto terminarían degradando el medio ambiente, vital para la regeneración de la tierra y de las especies.

Consideraciones finales

No hay absoluta certeza de que el discurso y/o la  carta del jefe Seattle sean verdaderos o falsos; de si partieron de una mínima base y luego fueron modificados; de si la idea inicial fue del jefe indio y luego ampliada por posteriores protagonistas; o bien si todo

fue auténtico y nos encontramos ante un verdadero visionario de la defensa medio ambiental….

Solo sabemos una cosa: cuando el ser humano genera una idea tan auténtica, veraz y hermosa como es el cuidado y la prevención del deterioro de la tierra y de las especies, el respeto debe ser unánime.

La carta contiene profundos pensamientos sobre ética, patria, naturaleza, religión trascendencia del ser humano ecologismo recapacitación sobre el destino común de los seres que pueblan el universo.

El amor por su territorio se hace tan patente y profundo que trasciende desde su período vital hasta más allá de su muerte, aludiendo al término “madre” como característica definitoria de ese amor.

Alerta sobre las consecuencias que podrían derivarse del uso indiscriminado de los bienes de la naturaleza. Esta degradación se va manifestando de manera paulatina y continuada. Por ello insta al hombre blanco a proteger su entorno porque éste es perecedero e intenta hacerle comprender que del abuso del poder incontrolado pueden derivarse consecuencias irreversibles para ellos y para sus descendientes.

Sería triste que la especie humana terminase de vivir para contentarse con una mísera supervivencia.

El cambio. El Lobo James

Los indios de la Costa Noroeste, al igual que otros indígenas de Estados Unidos, comprendieron que debían organizarse por sí mismos y luchar por sus propias reivindicaciones. Algunas instituciones y organizaciones tanto de indios como de blancos apoyaron la lucha de los indios por su supervivencia, ligada siempre a la protección del Medio Ambiente. Actores y actrices del prestigio de Marlon Brando, Jane Fonda y Robert Redford, entre otros, salieron valientemente a la palestra, explicando a sus compatriotas el abandono en que se encontraban los pueblos indígenas y la falta de atención de las sucesivas administraciones, pero, pese a todos estos movimientos de protesta, no se consiguieron resultados espectaculares.

En el año 1990 conocí a un descendiente directo del Jefe Seattle, conocido como el Joven Seattle o el Lobo James. Me introdujo en su tribu un antropólogo y biólogo americano, Kart Russo, gran amigo de los indios lumi. El Lobo James se mostró amistoso, aunque muy tímido. Me llevó a casa del Jefe Ken Cooper, quien nos esperaba con su esposa para darme la bienvenida. . Me enseñaron sus tierras, sus bosques, explicándome para qué servía cada planta, los usos medicinales que tenía, y la relación que tenía cada objeto (animado o inanimado) con los espíritus. Cooper me dijo que cada vez que derribaban un cedro oraban antes pidiéndole permiso al espíritu del cedro, y que mantenían viva la tradición de, cuando comían salmón, arrojar las espinas a los ríos para que el dios-salmón se reencarne completo.

Siguen creyendo en un poder supremo que manda en todo. Aunque tienen acceso a los médicos y a la medicina de los blancos, siguen utilizando la sabiduría de sus shamanes y sus plantas medicinales, por ejemplo, la corteza del cerezo, tomada en forma de jarabe, para el resfriado. Tienen sus Universidades y estudian básicamente derecho y temas relacionados con el medio ambiente. Aunque han conseguido que muchas leyes americanas protejan sus derechos, siguen luchando para proteger su identidad.

Conclusiones- Reflexiones

¿Fue el Jefe Seattle una especie de profeta del ecologismo? ¿Fue un crítico avanzado de nuestra civilización industrial? ¿Fue simplemente un indio estrechamente vinculado a la naturaleza, que expresó en forma sencilla y auténtica lo que veía a su alrededor y lo que podía adivinar en un futuro?

Nunca lo sabremos. Lo cierto es que Seattle se ha convertido en el mito del ecologismo, donde los pueblos indígenas y sus descendientes se manifiestan como cuidadosos ahorradores y preservadores de los recursos frente al derroche manifiesto de los exploradores, colonizadores y pobladores blancos. Los indios de la costa NO de América vivían como poblaciones autosuficientes, limitándose  nada más que a los recursos que tenían a su alcance, a merced de las fuerzas naturales e influenciados por las creencias espirituales que estaban presentes en sus vidas. Su estilo de vida en comunión con la naturaleza no pudo trascender por la poca población y escasez de medios, pero acabó propagándose gracias al impacto de la difusión de la carta del Jefe Seattle.

Nada importa la autenticidad de la carta en tanto comprendamos que ésta nos llega a los occidentales como un boomerang de nuestro “yo” perdido. Nos devuelve nuestra propia y antigua figura de seres libres y auténticos deformada en un espejo, siempre insatisfecha, devoradora de recursos e incapaz de asumir la estrecha vinculación del hombre y el medio.

En tanto en cuanto la vieja carta de Seattle sacuda nuestras conciencias, nos abra a la comprensión y nos despierte de nuestro letargo incorporándonos a la defensa del medio ambiente, bienvenida sea dicha carta, autentica o falsa, original o manipulada. Si queremos cambiar el dramático final de la carta del Jefe Seattle: “Termina la vida. Empieza la supervivencia”, el mensaje es inequívoco: HAY QUE SALVAR LA TIERRA. Mientras tanto los indios de la región elevan una oración a su cielo: GRAN ESPIRITU, PODEROSO PADRE, PERDONALOS PO NO AMAR A SU MADRE TIERRA, PERO SALVALA……… PARA NUESTROS HIJOS

INDIOS DE LA COSTA NOROESTE AMERICANA: ECOLOGISTAS NATURALES