jueves. 28.03.2024
El-hierro-roques
El-hierro-roques

 

Con una extensión superficial de 277 Km2, la isla de El Hierro es la menor y la más occidental del Archipiélago Canario. De forma casi triangular, sus reducidas dimensiones no impiden la enorme riqueza y complejidad de formas que caracterizan su paisaje. De abrupta orografía y litoral muy escarpado, a partir de la línea de costa, el terreno experimenta un rápido ascenso que culmina en el Pico de Malpaso, que, con sus 1.501 m. de altitud, constituye la cima de la isla. La relación entre su reducida extensión y la altura máxima convierte a la isla de El Hierro en la de mayor pendiente media del archipiélago, circunstancia que ha determinado enormemente el desarrollo de las distintas actividades y estrategias de subsistencia en este específico medio insular.

Han sido muchas y muy variadas las interpretaciones que se han barajado para dar explicación al origen etimológico del nombre de la isla de El Hierro: hero, que es como llamaban sus habitantes a las fuentes o manantiales, en alusión al árbol santo, el Garoé, que, según la tradición, destilaba agua de sus hojas, eres o heres, voz que usaban los antiguos canarios para referirse a los hoyos, charcas o pocetas, donde se acumula arena con el agua de la lluvia en el fondo de los barrancos, o incluso, fer o fero, como la llamaron los conquistadores normandos, por el color ferruginoso de sus rocas volcánicas. Plinio, sin embargo, la denominó Junonia, por la existencia de "un templete construido con piedra", construcción que ha sido interpretada por la tradición de erigir un altar o templo en "el fin del mundo", que pudo estar bajo la adscripción de la diosa púnica Tanit, la Juno romana, identificada, a su vez, con la diosa griega Hera, por lo que pudo denominarse a ésta como la "isla de Hera o de Hero" y, de ahí, acabar su nombre convertido en el castellano Hierro.

Los primeros herreños, los bimbaches o mejor, bimbapes, como ha pervivido en el habla común de la isla hasta hoy, eran según las fuentes, gentes "de mediano talle, pero eran fuertes, ágiles y animosos". Su origen, probablemente bereber, y las circunstancias que rodean al descubrimiento y primera colonización de El Hierro, son cuestiones que están aún por esclarecer. De lo que no cabe duda es que la situación de la isla con respecto al continente africano es la más alejada-, su superficie es, como ya hemos apuntado antes, también la menor-, su específica localización dentro del "mar de Canarias" es la más occidental y la más meridional de las islas-, el régimen de vientos y corrientes que la afecta, así como la difícil accesibilidad, con costas muy escarpadas, donde predominan los acantilados, con escasos puertos naturales y playas, fueron factores que debieron jugar un papel determinante a la hora de su descubrimiento, colonización y poblamiento.

El origen norteafricano de sus primeros pobladores es la teoría más aceptada, basada, fundamentalmente, en el estudio de las inscripciones de las numerosas estaciones rupestres de la isla. Las cronologías barajadas en la investigación sobre la protohistoria herreña muestran gran distancia entre ellas, por lo que la investigación arqueológica no ha podido establecer aún la fecha del primer poblamiento de la isla, que debió ser durante el primer milenio a.C.

Las actividades productivas de estos primeros grupos de población implicaron, según evidencia el registro arqueológico, el desarrollo de una ganadería de ganado menor, una horticultura cerealista y prácticas recolectoras donde, muy probablemente, tuvieron tanto peso los recursos terrestres como los marinos. Éstos proporcionaron a la población el complemento necesario a su dieta, así como las materias primas precisas para las industrias y actividades transformadoras.

Un recurso fundamental y especialmente escaso en El Hierro era el agua. Eran muy pocas las fuentes o manantiales existentes, sin embargo, los bimbapes desarrollaron un peculiar método de captación del agua procedente de la lluvia horizontal: la apertura de pocetas, como las de Tefirabe, Tejeguete o el Tamaduste, al pie de los árboles de mayor follaje, como el Garoé, donde se recogía el agua que destilaban sus hojas por efecto de la condensación.

Ganadería

Como indican las fuentes, en la isla de El Hierro abundaban las cabras, las ovejas y los cerdos a la llegada de los conquistadores normandos. El pastoreo era la actividad más importante, ligado fundamentalmente a la manada de ovejas. Vestigios arqueológicos que se relacionan con esta práctica son: las goronas, recintos semicirculares de piedra para la vigilancia del ganado, los rediles o las cuevas de pastores (juaclos) y recintos circulares levantados también con piedras, donde éstos habitaban de forma estacional. La carne de los jubaques (reses gordas), la leche (achemen) y la manteca (mulan) eran parte fundamental de la dieta. Además, utilizaban los huesos para la fabricación de punzones y amuletos y las pieles, una vez curtidas, para elaborar vestidos, calzado y cubiertas para sus chozas.

Agricultura

Debido a la pobre calidad de los suelos, la agricultura tuvo un escaso desarrollo, vinculada, probablemente, a una modesta horticultura de cereales. Recientes investigaciones arqueológicas han aportado restos de trigo.

Recolección, caza y pesca

Fueron parte importante en las estrategias de subsistencia de una isla de recursos limitados como El Hierro. La recolección de semillas, raíces, frutos, bayas y hojas, tenía fines alimenticios y medicinales, así como el acopio de materias primas, como la madera de sabina, acebuche o barbusano, que usaban los bimbapes en las estructuras de sus casas y para fabricar las varas de pastor (bordones o tamasaques) y tablones funerarios (chajascos). En cuanto a la recolección marina, la práctica del marisqueo supuso un aporte fundamental a la dieta, como lo atestiguan los numerosos concheros presentes en distintos puntos de la isla, donde se acumulan grandes cantidades de restos de moluscos, en su mayoría lapas. La pesca de pequeñas especies (viejas, pejeperros, sargos) y la caza de aves y reptiles, como el lagarto gigante, especie autóctona de la isla, completaban la alimentación.

Los asentamientos en El Hierro se caracterizan por un modo de poblamiento muy disperso, en función de las características del terreno. Se aprovechaban las cuevas naturales, como los juaclos o refugios de pastores, aunque también construyeron cabañas de planta circular, con estructura de madera, que reforzaban con paredes de piedra y ramajes para la techumbre, constituyendo pequeños núcleos de población asentados especialmente en las medianías. Su localización estaba determinada por la cercanía de los recursos hídricos y de las áreas de captación estacionales de alimentos y pastos.

El ajuar doméstico consistía en zurrones o tasufres, útiles de basalto y concha, anzuelos de espinas de pescado, agujas y punzones de hueso, o hachones de madera para el alumbrado. La cerámica la hacían con pastas de mala calidad, mezclando la arcilla con abundante arena, con un modelado muy grosero.

Los primeros herreños habitaban en pequeñas comunidades cuya vida se organizaba en función de la actividad pastoril. Constituían una sociedad de tipo tribal, con un solo jefe o rey, con autoridad sobre todo el territorio insular puesto que El Hierro, al contrario que las demás islas del archipiélago, no estaba dividida en demarcaciones territoriales.

La distinta condición social estaba en función de la posesión de ganado, desigualdades que se manifiestan en el distinto tratamiento y posición de los cadáveres en los espacios sepulcrales. Existía un consejo o asamblea que tomaba los acuerdos que afectaban a la comunidad en relación a los pastos, el ganado o la distribución del agua. Otras figuras relevantes en la sociedad bimbape eran los adivinos y los verdugos.

En El Hierro, como fue común en casi todas las islas del Archipiélago, la práctica habitual consistía en el enterramiento en cuevas, en sepulturas generalmente colectivas. Para el transporte de los cadáveres se utilizaban tablones de tea o de sabina, denominados chajascos. La cueva sepulcral se solía acondicionar con grava y lajas basálticas, base sobre la que se colocaban los tablones, o, en su defecto, un lecho de troncos, ramas y hojas. En algunas, como en la Cueva del Tablón, en El Julan, las tumbas se cubrían con grandes piedras planas. Existen, igualmente, algunos ejemplos de momificación.

El mundo mágico-religioso estaba basado en el culto a los elementos otorgaban propiedades extraordinarias. Adoraban, además a dos divinidades superiores, Eraoranhan y Moneiba, deidades masculina y femenina respectivamente y a Aranfaybo, representación del demonio en forma de cerdo, al que realizaban sus ofrendas en época de sequía. Los rituales estaban generalmente relacionados con la vida pastoril y con la escasez de recursos, fundamentalmente de agua. En algunas de sus ceremonias, los animales y el fuego son parte esencial del ritual, como lo atestiguan los restos calcinados de cabra, oveja y cerdo de las numerosas aras de sacrificio.

También celebraban comidas rituales colectivas en las guatatiboas, especie de banquetes comunales donde, según las fuentes documentales, se reunía a toda la isla.

Yacimientos arqueológicos más característicos

Sin duda, en la isla de El Hierro destaca el conjunto arqueológico de El Julan, en la vertiente meridional de la isla, donde, asociados a las estaciones rupestres de Los Letreros y Los Números, aparecen numerosas aras de sacrificio (construcciones de forma troncocónica en cuyo interior se hallan restos de animales calcinados y cenizas junto a industria lítica y cerámica), cuevas de enterramiento, un tagoror (lugar de asamblea o reunión donde, según las fuentes, se administraba justicia), concheros y taros (construcciones como abrigos pastoriles o atalayas), además de apartaderos de ganado, cuevas y abrigos denominados juaclos, utilizados como refugios por los pastores y para guardar el ganado, y construcciones de piedra de planta circular interpretadas como cabañas.

La isla de El Hierro cuenta con un impresionante conjunto de inscripciones, repartidas en distintas estaciones rupestres, cuyo número se incrementa constantemente. Las más importantes en cuanto a la cantidad de grabados son las estaciones de Los Letreros y Los Números en El Julan, descubiertas en el siglo XIX, al igual que las de los barrancos de La Candia, La Caleta y Tejeleita. En los paneles, distribuidos en coladas y bloques basálticos, o en cornisas de cuevas naturales, destaca una enorme variedad de motivos geométricos (circuliformes y espirales fundamentalmente) asociados a alfabetiformes líbicos. Estos caracteres se repiten, entre otras, en la Cueva del Letime o del Agua y en un tablón funerario de madera de sabina aparecido en la necrópolis del Hoyo de Los Muertos, sobre el que aparece una inscripción líbica, ejemplo único, hasta el momento, en el archipiélago.

Necrópolis

A las anteriormente citadas necrópolis del Hoyo de Los Muertos (Guarazoca) y de El Julan, debemos añadir, por su importancia en número de enterramientos, las de Punta Azul y Montaña de La Lajura (El Pinar).

Aras de sacrificio y concheros

Dispersos por toda la geografía insular y presentes también en otras islas, ambos elementos se han relacionado con espacios de culto. Las aras de sacrificio, estructuras destinadas a ceremonias rituales localizadas siempre en puntos con cierto control visual, se concentran en mayor número en la zona de El Julan, llegando a contabilizarse hasta una veintena, aunque existen otras como la de La Dehesa, o la de Punta Gorda (Sabinosa). Los concheros se han interpretado como restos de comidas comunales de carácter mágico-religioso y se hallan tanto en zonas de costa, como el conchero de Guinea (Frontera), como de interior, que sería el caso de los existentes en El Julan.

El patrimonio arqueológico de El Hierro, como es condición generalizada en las demás islas, se encuentra en situación de muy grave y acelerado deterioro, incluso, en muchos casos, de destrucción y desaparición, como ocurre con buena parte de los paneles rupestres, donde a la erosión y el desgaste por el paso del tiempo y el azote marino, se une la acción destructora de la mano del hombre. Esta circunstancia hace que su tratamiento merezca una atención especial por parte de la Ley de Patrimonio Histórico de Canarias. Los grabados rupestres gozan del mayor rango de protección, declarados Bienes de Interés Cultural, mientras que los repertorios de material arqueológico se consideran Bienes Muebles. Fundamental es, sin embargo, la labor de concienciación, donde la difusión y el conocimiento del patrimonio propio constituyen un paso clave para su adecuada consideración y valoración social.

Begoña Berenger Mateos

Licenciada en Geografía e Historia

Especialidad Prehistoria y Arqueología

Turismo de Canarias (articulo publicado en la revista nº 19 Turismo de Canarias)

Protohistoria de la isla de El Hierro